Las elecciones generales del Reino Unido del 5 de
julio de 1945 fueron en gran medida”una batalla de las
emisiones por radio". Durante la campaña
Churchill dijo que “la política
socialista aborrece las ideas británicas de libertad“. ”Un Parlamento libre es
odioso para un doctrinario socialista” (Roy Jenkins, “Winston Churchill”,
volumen II, 2001, Grupo Correo Prensa Española).
La réplica de Atlee, el líder laborista,
resultó devastadora para Churchill: “Cuando anoche escuché el discurso del primer
ministro, en el que hacia una parodia de la política del Partido Laborista, me
di cuenta enseguida de cuál era su objetivo. Temía que los que habían aceptado
su liderazgo en la guerra estuvieran tentados, por gratitud, de seguirle. Le
doy las gracias por haberles desilusionado”.
Los resultados electorales se conocieron el 26
de julio de 1945, y supusieron una
amplia victoria para los
laboristas, que se aseguraron una mayoría de 140 diputados. Tales resultados no
dejaron de sorprender, pues Churchill había dirigido al pueblo británico desde
1940 y la guerra se había ganado frente
a Hitler.
Desde agosto de 1945 Atlee pasó a ser primer ministro
y designó ministro de Economía
(canciller del Exchequer) a Hugh Dalton,
un antiguo alumno de Keynes. Dalton confirmó rápidamente a Keynes como asesor económico jefe del gobierno,
aunque no hubiese plena confianza entre ambos. Por aquellos días Keynes encabezaba
la delegación británica que negociaba
con Estados Unidos la ayuda de
postguerra. Dicha negociación era sumamente relevante para el futuro del Reino
Unido.
El
antecedente de lo que iba a ser la política social del gobierno laborista fue el “Informe Beveridge”, publicado al inicio de
diciembre de 1942. Los laboristas habían
participado en el gobierno de coalición que, presidido por Churchill, dirigió al Reino Unido durante la guerra. El
ministro laborista de Trabajo, Ernest Bevin, había encargado a William Beveridge, un respetado científico social,
que elaborase un plan para racionalizar
el sistema de seguridad social británico.
En su
“Informe”, Beveridge propuso “un sistema
de seguros sociales de pensiones, desempleo, y enfermedad (defendía un sistema
nacional de salud) para todos los ciudadanos, administrado de forma
centralizada y financiado por contribuciones
iguales de los empresarios, los trabajadores y el Estado que
….reemplazaría al edredón hecho de retales de los seguros voluntarios y
obligatorios y la caridad que…constituía la organización de la seguridad social
británica” (Robert Skydelsky, “John Maynard Keynes”, RBA Libros, S.A., 2003).
Se vendieron 650.000 ejemplares del
Informe Beveridge. Como se había
cuestionado la posibilidad de financiar las
propuestas incluidas en el mismo una vez terminada la guerra, Beveridge había recurrido a Keynes para que aportase rigor a la
financiación que el “Informe” incluía.
La dureza de las negociaciones británicas con
Estados Unidos, que se prolongaron hasta
1946 (no hubo donaciones al Reino Unido, sino créditos con interés a largo
plazo, un gobierno socialista británico no inspiraba certezas a los yankis), indicaba que el margen del que disponía el nuevo
gobierno no era demasiado amplio.
Con
su film “El espíritu de 1945”, Ken Loach ha traído a los prosaicos días de
2013 un interesante resumen de las
consecuencias de aquellas elecciones. En el film citado se subraya que los
británicos no querían que, una vez terminada la guerra, se volviese a vivir bajo
unas condiciones tan penosas como las que provocó la primera guerra
mundial. En los 21 años transcurridos entre 1918 y 1939 los británicos habían
sufrido una dura postguerra, las consecuencias de la desastrosa
decisión de Churchill de volver al patrón oro y la terrible depresión de
los años treinta.
El gobierno laborista creó el Sistema Nacional
de Salud británico, nacionalizó los ferrocarriles, construyó miles de viviendas
públicas de alquiler a través de los ayuntamientos, nacionalizó las minas de
carbón y regularizó las condiciones de trabajo portuarias. Como se dice en el
film, el ministro de Salud y Vivienda británico, Aneurin Bevan, se convirtió en uno
de los hombres más odiados del Reino Unido.
La
parte final del film recoge la llegada al poder de Margaret Thatcher en 1979.
En un
almibarado discurso de la ya primera ministra se la oye citar a
Francisco de Asís (“traería armonía en el desorden”), como si fuese el papa
Francisco quien llegase al poder. La Thatcher cerró y privatizó
las minas que todavía subsistían, sin compensar la pérdida de empleos en
las ciudades afectadas. También privatizó los ferrocarriles, con las desastrosas
consecuencias conocidas de tal decisión y
obligó a los ayuntamientos a vender las viviendas
sociales de alquiler construidas en la postguerra, empleando como
justificación el “derecho a poseer”. Esta última decisión provocó un fuerte
aumento de los desahucios poco tiempo después.
El Servicio Nacional de Salud quedó bastante
erosionado tras el paso de la Thatcher por el poder. Sin embargo, un alcalde
conservador de Londres, Boris Johnson, lo hizo aparecer como un logro británico
en el acto de inauguración de la Olimpiada de Londres de 2012.
Lo
sucedido en 1945 fue una experiencia de enorme interés, social y político. Retornando a 2013, se advierte que “en las ramas de antaño no
hay pájaros hogaño”, que diria Don Quijote al regresar a su aldea.
Publicado en El Siglo, 14 de octubre de 2013